lunes, 22 de junio de 2009

Loquitos mansos en vivo por primera vez

Por fin pude presentar en vivo proyecto personal, Loquitos mansos. La oportunidad la tuve en la Fête de la Musique 2009, evento organizado por la Alianza Francesa de Miraflores el pasado sábado 20 de junio. Esta vez conté con la colaboración especial de Rikardo Bogani en la guitarra y Carlos Segura en el bajo.

Para muestra, un botón: "Otro día siendo extraños", el primer tema que compusiera para este proyecto. Pueden encontrar más información en mi MySpace.


martes, 26 de mayo de 2009

El miedo de un hombre

¿Cuál es el miedo que existe en el corazón de un hombre? Un padre amoroso deja, por primera vez, correr libre por el parque a su hijo de 2 años y 3 meses. Es su más grande adoración, a la vez que su logro y su proyecto más importante. Y ni mencionar que hasta sus suegros decían que se parecía al papá.

Y, de pronto, el niño tropieza y cae. A su escasa edad, le es imposible coordinar el movimiento de sus brazos para detener su inevitable encuentro con el suelo.

El padre, pobre de él, se había descuidado un segundo, al cerrar los ojos para disfrutar de ese maravilloso domingo de primavera. Cuando volvió a mirar a su hijo, ya era muy tarde para evitar la caída: su adorado niño estaba demasiado lejos de él y se iba inevitablemente de bruces contra el suelo.

La calidez de esa tarde desapareció de pronto para ese hombre y, durante el medio segundo que duró la caída de su hijo, fue inundado por un miedo irracionalmente profundo.

Se vio llorando la desgracia de su descuido, mientras sujetaba a su hijo ensangrentado y sin vida. Se imaginó luego regresando a casa para explicarle entre lágrimas a su mujer por qué tenía su camisa manchada de sangre. Pudo verse en el funeral, mientras la gente murmuraba a su alrededor lo mal padre que era. Contempló el rostro prematuramente envejecido de su mujer, mientras le gritaba y lo culpaba, por enésima vez, de la muerte de su hijo -de ella-, "como si a mí no me doliera", pudo casi escuchar decirse en su mente. Se encontró en la habitación de la notaría donde firmaba los papeles de divorcio. Pudo ver a su jefe despidiéndolo por haberse dejado al abandono, lo que ocasionó que la compañía perdiera 300 mil dólares en clientes decepcionados. Finalmente, sintió y sufrió cada uno de los golpes que recibía de una pandilla de vagos que lo pateaban mientras yacía ebrio bajo el puente que se había convertido en su casa.

Durante el eterno medio segundo segundo que duró su miedo, la vida entera de ese hombre no sólo había terminado, sino que había sido completamente destruida.

Pero su hijo se levantó y siguió corriendo mientras perseguía al escarabajo rojo y negro que lo había distraído y lo había hecho caer. Y, así, aquel miedo se desvaneció poco a poco, quizás más lentamente de lo que había llegado, pero finalmente dejó de oprimir el pecho de aquel hombre, mientras era inundado nuevamente por el amor hacia aquel pequeño que empezaba a descubrir el mundo.

El hombre sonrió entonces, y, hasta el día en que murió, 73 años después, dejó que su hijo tropezase y cayese muchas más veces de las que podía recordar.

Y expiró siendo feliz por haber dejado que así fuera, sujetado de la mano por su hijo.

Sol

No te vayas, Sol, no te vayas,
porque tus rayos bermejos acarician mi piel de ciudad,
no dejes de entregarme el cielo a tu alrededor,
ni la intensidad que refractas en mi mirada,
ni el suave regalo de tu mensaje de vida,
porque mi ser necesita todo lo que me das para poder vivir.

No creas en el silencio
que se teje en la noche,
no sientas que la luna y las estrellas brillan más que tú
porque es imposible...

... Sólo tú, mi Sol, puedes hacerme despertar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Perla perdida

Cuando "Rambo" llegó al hospital, lo único que pudieron hacer por él los médicos fue confirmar su deceso. Se encontraba todavía en la primera mitad de sus cuarentas y le sobrevivían su esposa, María, de 42 años, y su hija, Karol, de 19. Reducido a balazos por seis delincuentes mientras trabajaba como agente de seguridad de un camión repartidor de abarrotes, la muerte que lo sorprendía ese martes de verano en Sullana era sólo una muestra más de la dramática situación en que se encuentra sumida esa ciudad norteña desde hace ya varios años.

Toda una "perlita"
A Sullana solían llamarla la "Perla del Chira", debido a su belleza tranquila bañada por el río del que toma su apelativo, sus huertas interminables de mangos y limones, su comida imperdible.

Los sullanenses más ancianos recuerdan cómo, antaño, las puertas de sus casas permanecían abiertas por las noches para que el aire circule y poder así escapar del calor inclemente del norte del Perú, sin miedo a ser víctima de algún robo, mucho menos de algo peor.

Hoy, según las palabras de sus propias habitantes, Sullana es la segunda ciudad más peligrosa del Perú.

- Ahora te matan hasta por robarte diez soles-, me explica Jorge, profesor y padre preocupado por el futuro que les espera a sus cuatro hijos en esta ciudad. -Mi esposa me ha pedido que nos mudemos a Piura, pero todavía no me decido-, me confiesa, ansioso por otorgarle lo mejor a sus seres queridos, pero sin saber cómo conseguirlo exactamente.

A Jorge le han tratado de robar su moto tres veces en el último año, según me cuenta.

- Lo que hacen es interceptarte mientras manejas. Te rodean con motos lineales o "mototaxis" y te cierran el paso para que te detengas. A veces también tratan de botarte de la moto en movimiento. Si te resistes te "meten cohete"*.

Delincuencia sobre ruedas
La arrolladora presencia de "mototaxis" en las ciudades peruanas más calurosas debe ser su común denominador. Sullana no es la excepción, sobre todo porque el 40% de los jefes de familia en esta ciudad no tienen un empleo estable y buscan sustentar su hogar a través de este medio.

Los "mototaxis" son una forma barata y rápida de moverse en Sullana: ir de un punto cualquiera a otro dentro de la ciudad no suele costar más que la tarifa fija de 2 soles.

Sin embargo, desde hace algunos años los delincuentes también utilizan este medio de transporte para realizar secuestros al paso. Mientras un "mototaxi" se desplaza con un pasajero en su interior, los cómplices del chofer se colocan a ambos lados del vehículo en sendas "mototaxis" y saltan hacia aquel en que se encuentra la víctima, propinándole golpes para reducirla y robarle hasta la oportunidad de protestar. No es una sorpresa que varias veces los asaltados también hayan resultado muertos.

- Uno ya ni sabe si llegará vivo a su destino-, me dice Nancy, una mujer que regresa a Sullana para visitar a su familia.

"Rambo" en "La Selva"
Llegué a Sullana porque "Rambo" era mi tío. Entré al velorio, cansado aún por un viaje por carretera dilatado y caluroso, y aún incrédulo de que aquel hombre de metro noventa, al que tanto le gustaba vivir, pudiera ahora yacer en ese cajón, rodeado de flores y llantos.

Luis -que ese era su nombre de pila- era policía y desde hacía un par de años se dedicaba a brindar servicios particulares de seguridad.

Como buen norteño, gustaba de la cerveza, un recurso cuyo consumo ya hasta parece enclavado en el código genético de todos aquellos que tienen que vivir día a día con temperaturas máximas de hasta 40 grados Celsius. Amaba a su esposa, mujer de gran habilidad para las manualidades, y a su hija, quien recién daba sus primeros pasos en la Universidad.

Ese martes, "Rambo" se vistió con unas bermudas, un polo y sandalias; verificó que su arma estuviese cargada, y finalmente se colocó el chaleco antibalas. Aquel día tenía que escoltar a un camión de abarrotes hacia una zona conocida como "La Selva", quizás el barrio más peligroso de Sullana: si un vehículo se detenía más de 10 minutos en ese lugar, podía darse casi por sentado que sería víctima de un atraco.

Alrededor de las 11:20 a.m., el camión llegó a la tienda en "La Selva" donde tenía que dejar sus productos. Luego de quince minutos, continuaban en el mismo lugar, habiéndose enfrascado en una discusión el distribuidor y la dueña de la tienda. "Rambo" estaba preocupado con justa razón, pero no podía imaginar que lo que estaba por pasar acabaría con su vida.

Prácticamente de la nada, aparecieron seis sujetos montados en tres motos lineales "Vespa", vehículos de moda en Sullana, incluso entre los delincuentes. Los primeros disparos vinieron sin avisar.

Sorprendido por el ataque masivo contra su persona, "Rambo" no atinó sino a sorprenderse por seguir vivo tras la primera oleada de disparos, gracias al chaleco antibalas que traía puesto. Sin embargo, los delicuentes reaccionaron más rápido y le dieron en ambas piernas, por lo que cayó en la vereda y se arrastró, tratando a la vez de escapar de la línea de fuego y de desenfundar su arma.

Los delincuentes, sin embargo, eran más y su empecinamiento contra "Rambo" era tal que parecían tener algo personal en su contra. Se acercaron a él y lo balearon incesantemente en el pecho, pero nuevamente no conseguían atravesar el chaleco antibalas, hasta que uno de ellos le disparó por el costado izquierdo, justo bajo el brazo.

La bala atravesó el corazón de "Rambo" por la mitad y no se detuvo hasta alojarse en su hígado; eran las 11:40 a.m., agonizaba y no llegaría vivo al hospital.

Pulgas en la Corte
Uno de los delincuentes que fueron sindicados como autor de la muerte de "Rambo" era el "Pulga", un hombre pequeño y flacucho como bien hacía alusión su alias, pero que tenía varias muertes en su haber. Hacía poco había sido atrapado por la Policía, pero pocos días antes había salido en libertad debido a "falta de pruebas".

Nada más lejos de la verdad, según los mismos sullanenses. El chofer que me llevó hasta Piura para tomar mi bus de regreso a Lima -y cuyo nombre nunca llegué a saber-, me contaba que la corrupción en el Poder Judicial de Sullana era un secreto a voces.

- El "Pulga" salió porque sus familiares le pagaron 10 mil Soles al vocal. Lo que hacen es pedir "colaboraciones voluntarias" a los vecinos de los delincuentes y si no ayudas te amenazan con tomar represalias en tu contra cuando el delincuente salga libre.

Esta versión fue corroborada por varias personas más.

- La Policía cumple con su trabajo. Captura a los delincuentes y se los entrega al Poder Judicial con su respectivo atestado policial. Pero es ahí donde los sueltan porque todos son una sarta de corruptos -menciona otro hombre, con el que también converso en el entierro de "Rambo".

El "Pulga", junto a otros hampones como "Piurano", "Lucho Limeño" y "Gordo Óscar", fueron identificados como algunos de los autores de la balacera que acabó con la vida de "Rambo". El último de estos delincuentes ya ha sido capturado por la Policía, pero...

... lo que me queda por decir aquí está sobreentendido.



* Te disparan.

jueves, 1 de enero de 2009

Sebastian's Voodo

Alucinante.


miércoles, 10 de diciembre de 2008

De cómo me enteré de mi ascenso (o sobre cómo una buena noticia puede ser mala a la vez)

Qué flojera me da a veces ser baterista. Déjenme, empero, contextualizarlos para que comprendan el comentario que inaugura este texto.

Mi mamá tiene una farmacia, la cual le gusta abrir antes de las 7 de la mañana, por lo cual se despierta a las 5:30 a.m. Mi papá la lleva casi todos los días, antes de irse él a su propio trabajo, razón por lo cual se despierta poco después que ella. Alrededor de las seis de la mañana están desayunando y después de diez o quince minutos empiezan su viaje hasta el centro de Lima. En todo este lapso -entre que se despiertan y salen de la casa-, el común de los días yo duermo apaciblemente y recién me estoy despertando poco antes de las 6:30.

El jueves que pasó, en cambio, me tuve que despertar media hora antes de mi costumbre sólo para cargar en el carro de mi papá -quién amablemente se había ofrecido (aunque a esa hora él todavía no lo sabía) a llevarme hasta la casa de Diego, el centro de operaciones de mi banda Bonzo, por así decirlo- las cosas que íbamos a utilizar para el concierto de esa noche: tarola, atriles y platillos, por mi parte, además de la guitarra y la pedalera de José y el bajo de Diego, ya que sus equipos estaban en mi casa desde el sábado pasado, cuando dejamos atrás una noche en Los Olivos que nos había dejado heridos, pero no vencidos.

Una vez que hube cargado todo, me di cuenta de que, a pesar de haberme levantado relativamente temprano, no me había alcanzado, sin embargo, el afán madrugador para seguir el ritmo casi heroico de mis padres. Eran ya las 6:30 de la mañana -no obstante lo cual mis papás buenamente me habían esperado- y aún no me había ni bañado, ni cambiado, ni desayunado. Así pues, argüí rápida y maquiavélicamente un plan de contingencia: le propuse a mi papá que se fuera adelantando y así, mientras él dejaba a mi mamá en la farmacia, yo me bañaría, cambiaría y desayunaría, para luego darle el alcance en su trabajo, recoger los equipos y llevarlos desde ahí en taxi (el cual me costaría dramáticamente más barato que si lo hubiera tomado desde mi casa, ya que la chamba de mi papá queda queda bastante cerca de la casa de Diego).

Procedí de dicha manera, y todo pareció salirme incluso mejor de lo que lo había planeado, ya que, cuando hube llegado a la chamba de mi viejo, él me llevó hasta la casa de Diego, ahorrándome las 3 lucas del ucrónico taxi de mis maquinaciones.

Lo malo es que sólo lo pareció, pero sobre esto les comentaré más adelante.

Por lo demás, el resto del día fue bastante típico, salvo por un detalle: Susana, la administradora de mi chamba, me llamó a su oficina para entregarme unos formularios que tenía que devolver llenos a más tardar el martes próximo. Escueta como siempre, pero sin abandonar nunca su característica amabilidad, no me dio mayores explicaciones de las necesarias («son papeles para que te afilies a la AFP que quieras») y me despachó rápidamente para que tanto ella como yo pudiéramos seguir con nuestros trabajos.

«¿AFP? ¿Con lo que gano como practicante, encima me van a descontar para pagar una AFP?», le dije a Óscar, mi compañero, cuando estuve de regreso en mi cubículo. Su contundente respuesta fue a la vez casi confirmatoria de una posibilidad que, aunque lejana, había estado barajando mientras regresaba de la oficina de Susana: «No seas huevón, es porque vas a ascender. Felicidades».

¿Sería cierto? No quise comentar nada al respecto con nadie ajeno a mi trabajo -y esto es-, no se me fuera a quemar el pan en la puerta del horno. Así, pues, transcurrió el resto del día con normalidad, hasta que me dieron las cinco de la tarde y, habiendo ya pedido permiso para irme temprano, me dirigí al local del concierto de esa noche, el ICPNA de Cercado de Lima.

Caminé hasta la avenida Arequipa y tomé una combi, pues no tenía la necesidad de ir en taxi, estando como estaba holgadamente dentro de los tiempos que había calculado para hacer la prueba de sonido sin apuro y tener todo listo y a tiempo para el concierto. Fue, sin embargo, mientras me dirigía al centro de Lima, que me di cuenta de que mi plan matutino había fallado cabalmente: ¡Mis platillos! ¡Los había olvidado en mi casa!

Renegando, me bajé de la combi (estando ya a escasos 15 minutos del ICPNA) y tomé un taxi hasta mi casa, para luego regresar nuevamente al centro de Lima. Las 3 lucas que había ahorrado en la mañana se diluyeron avergonzadamente en el olvido cuando tuve que pagar los 27 Soles que me costó la gracia de la carrera en taxi para recoger mis platillos. Es más: no pude evitar la sensación de pensar que la vida misma se regocija en la ironía, mientras pagaba con 30 Soles y el taxista depositaba en mi mano las tres monedas correspondientes a mi vuelto, el monto exacto cuyo ahorro había celebrado aquella misma mañana.

Pero bueno, el concierto salió de puta madre, lo cual, sin embargo, no me quita la pereza que me da a veces el ser baterista.

* * *

Viernes, fin de la semana laboral. ¿Quién no ama los viernes? Yo lo hacía, por lo menos hasta el que pasó, cuando recibí la peor buena noticia de mi vida -a la fecha.

El viernes en que me anunciaron mi ascenso no empezó muy bien que digamos, por lo menos no para mi bolsillo. Me desperté temprano (bueno, a mi hora habitual), pero, para variar, se me pasó la hora haciendo huevadas, así que tuve que tomar otra vez taxi si quería llegar a tiempo a mi chamba.

Apenas me trepé en el carro, le dije al taxista que sólo tenía 100 Soles para pagarle, respondiéndome él que no tenía vuelto. «Vamos a un cajero», le indiqué entonces.

Hace poco más de un mes me llegó la devolución de los impuestos de un trabajo que realicé hace algún tiempo en Estados Unidos, dinero que me fue depositado en la cuenta -por entonces ridículamente misia- de la que estaba sacando ahora los 20 soles para pagar el taxi. Retiré, pues, el billete anaranjado, luego mi tarjeta y finalmente el voucher, el cual, al leerlo, casi me hace llorar: sólo me quedaban 30 miserables lucas de las casi 600 que en noviembre pasado me cayeron -había pensado en esas fechas- como del cielo.

Al llegar a mi chamba, sin embargo, pareció que mi día empezaba a mejorar: habían armado el árbol de Navidad y cada persona que llegaba a la oficina tenía que elegir uno de los adornos que había junto a él, para luego colgarlo nosotros mismos, lo cual me pareció genial. Escogí una bola de rayas horizontales rojas y doradas y, tras colocarla, accedí automáticamente al derecho a comer el panetón y tomar el chocolate caliente que la empresa había traído para nosotros.

Me serví 3 tazas de chocolate y 4 pedazos de panetón.

Así, pues, con la barriga llena de calorías felices y el corazón navideñamente contento, empecé a trabajar diligentemente. Esa mañana terminé varios pendientes que tenía desde hace unos días (incluso uno que tenía más de un mes, pero cuya resolución no dependía de mí, y para lo cual tuve que pasar por 3 comisarías del Callao).

Y así fue avanzando mi día, atípicamente ocupado pero sin mayores sobresaltos.

Hasta que mi jefe me dijo que tenía que hablar conmigo. Eran alrededor de las 4 de la tarde cuando me pidió que viera si había una sala de reuniones disponible, fungiendo la oficina de Susana como tal. Nos sentamos frente a frente y recorrimos, punto por punto, los detalles de una evaluación de personal por la que habíamos pasado todos los trabajadores de la empresa un par de meses atrás y de la cual, afortunadamente, no había salido tan mal parado.

Luego llegamos al punto central por el que nos habíamos reunido: «Me han encargado informarte que tu situación laboral ha cambiado», me dijo mi jefe. Yo sólo atiné a pensar: «Carajo, era cierto», mientras él me decía, entre otras cosas, que dejaría de ser practicante y que pasaría a ser consultor, así como que tenía potencial pero que tenía que mejorar varias cosas, en lo que yo estuve completamente de acuerdo.

Y así, ese viernes parecía ser todo felicidad y productividad -si exceptuamos el gasto en mi taxi matutino-, hasta que mi jefe me pidió que me cortara el pelo. «Sólo es una sugerencia», señaló, pero era de aquellas a las que no se les puede decir que no.

Como le comentaría a José esa noche, cuando me dijeron que tenía que cortarme el pelo me sentí extraño, desamparado, distante, como aquella mañana en que desperté para descubrir que habían robado en mi casa, o como cuando la Lulú (mi antigua perrita) murió. Jamás pensé tener un arraigo tan profundo con mi pelo, pero, después de todo, mi cabellos largos me han -al menos parcialmente- definido desde hace 10 años, así que dicho apego es también bastante natural de comprender.

Así pues, el viernes último entendí que mi ascenso no era sólo un cambio de estatus en mi condición laboral: era también un nuevo paso que implicaba nuevas responsabilidades, así como nuevos desafíos, el primero de los cuales sería enfrentarme al peluquero, al cual no he visto la misma cantidad de años que mi cabello se ha mantenido por debajo de mi mentón.

Mientras pensaba todo esto, mi jefe seguía hablando, sobre lo que esperaba de mí, sobre lo que significaba este nuevo paso, y, aunque lo escuchaba con mi radar de atención inmediata, en el fondo mi mente continuaba absorta, contemplando la inevitable realidad que me esperaba en un futuro no muy lejano y en el que el headbanging no volvería a ser lo mismo para mí.

Y así, un viernes soleado de diciembre, la sentencia de muerte de mi melena fue decretada. ¿No es acaso motivo suficiente para odiar este día?... Mmm, tienen razón, ya no lo detesto tanto, pero que no les quepa duda de que no habré jamás de olvidarlo.

martes, 2 de setiembre de 2008

Post gratuito

Después de 2 meses, decidí que era tiempo de volver a estudiar Francés. Luego de que en julio se cancelara mi clase por falta de alumnos (si mis cálculos son correctos, yo fui el único que se matriculó); tras no encontrar un horario adecuado en agosto al cual pudiera asistir luego del trabajo y sin interrumpir mis ensayos con Bonzo y Mecánica del Caos; después de que hace poco más de una semana ingresara a una nueva chamba en la cual tengo horario fijo de salida en teoría, mas no en la práctica, y, finalmente, debido a que sólo podía dejar de estudiar dos meses si es que no quería volver a empezar desde primer ciclo, me di cuenta de que a partir de este mes debería empezar a asistir a la Alianza Francesa los días sábado.

Antes de continuar, debo avisarles que esta historia no es graciosa ni alucinante ni triste ni creo que posea alguna otra característica que la pueda convertir en una narración trascendente, nobélica o relevante, ni mucho menos. Sólo la cuento porque me dieron ganas de hacerlo. A lo mucho, podrán aprender cómo aprovechar mejor su tiempo cuando realicen un pago en el banco. En fin, a lo que iba.

Como ya había pagado el ciclo regular de julio (el que me cancelaron) y los cursos sabatinos cuestan alrededor de 100 soles más (porque el ciclo dura dos meses en vez de uno), antes de poder matricularme en mi nuevo horario debía abonar la diferencia en el banco. Hoy martes se cumplía el plazo para la inscripción, así que, después de almorzar, me acerqué a las oficinas de Scotiabank. Uno de sus locales, para mi buena suerte, queda en el mismo complejo donde está mi chamba.

Entré al banco alrededor de la 1:25 p.m. Como no tengo cuenta con ellos, obtuve en la maquinita un ticket "sin tarjeta" y se me fue otorgado el turno B139. En la pantalla decía que estaban atendiendo al B109. «No es mucho», pensé, «sólo faltan 30 "sin tarjeta" más antes de que me toque». Claro que había sacado mi cuenta pensando en que por persona se demorarían entre 1 y 2 minutos. De verdad, me cuesta entender por qué la gente se demora más que ese lapso para realizar pagos o retiros, a menos claro que a alguien se le ocurra cancelar sus deudas "en centavitos", como lo hacía, si mal no recuerdo, la Abuelita.

Avisté un asiento libre y, sin darme cuenta, me quedé dormido escuchando música (sorry por el cherry, pero el que no llora, no mama). Me desperté a la 1:50 p.m. y estaban atendiendo al B110. La razón del ridículo avance del turno de los desafortunados "sin tarjeta" radicaba, entre otras cosas, en que aquellos que tienen cuenta en Scotiabank (cuyos turnos estaban identificados en la pantalla con los códigos C y V acompañados por un número) tenían privilegios de atención prioritaria que se desprendían de su estatus de clientes del banco.

Indignado y furibundo, procedí a retirarme imperiosamente del banco y me dirigí diligentemente a mi flamante centro de labores para huevear de lo lindo en Internet mientras hacía tiempo, estando aún dentro de mi período de almuerzo (el cual dura de 1 a 3 p.m) y teniendo, por tanto, aún poco más de una hora para pagar. Así pues, me senté frente a mi computadora y hablé por Msn, miré un par de videos en MalGusto y vi otros tantos y etiqueté un par de fotos en Facebook, entre otras cosas. Luego de desperdiciar otros cuarenta minutos de mi vida, volví al banco.

Llegué a las 2:35 p.m. y en la pantalla se mostraba que estaban atendiendo al "sin tarjeta" B144. Sí, había perdido mi turno. Pero no, no desespereis, fanáticos y fieles lectores de Naoto Tamura, pues, antes de retirarme la vez anterior, había tomado la previsión de sacar otro ticket "sin tarjeta", el B147.

Así pues, alrededor de las 2:55 p.m., fui atendido. Pagué las casi 100 lucas y salí del banco a las 2:56 p.m. Fin.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Raíces
2da entrega

Varias ciudades y centros poblados de los departamentos de Ica y Huancavelica fueron devastados el 15 de agosto de 2007 por un sismo de 7,9 grados Richter, el cual no sólo remeció el sur del Perú, sino que desempolvó y dejó a la vista la escasa capacidad (¡qué sorpresa!) del Estado peruano para reaccionar ante situaciones de emergencia (entre otras tantas eventualidades que suelen acaecer en nuestra siempre sorpresiva y adrenalínica sociedad perucha).

Como resultado de aquel terremoto, esa noche fueron arrebatadas casi 600 vidas, resultaron heridas 1500 personas, 76 mil viviendas fueron destruidas o quedaron inhabitables y casi 320 mil peruanos fueron damnificados, sin contar las alrededor de 320 personas cuyos cuerpos no fueron encontrados jamás.

La ayuda internacional no tardó en llegar a la zona del sismo. No sólo hablo de las grandes organizaciones y transnacionales, las cuales ciertamente aportaron gran cantidad de dinero y contribuciones de otros tipos (medicamentos, especialistas, albergues, etc.) para tratar de paliar la terrible situación de los cientos de miles de damnificados del sur del Perú, quienes de la noche a la mañana habían perdido lo que tenían, que ya era, de por sí, escaso.

Otro tipo de auxilio, más modesto y atomizado, pero, asimismo, más directo, llegó también para Ica y Huancavelica desde distintos lugares del mundo. Cientos de personas, de las más distintas tipologías, ideologías y otras categorías, la mayoría de ellos de lejanos territorios donde el Castellano no es el común denominador, compraron buenamente su pasaje de avión vaciando lo que había en su bolsillo y, en colaboración con varias ONGs, llegaron a la zona devastada para trabajar en su reconstrucción, hombro a hombro junto a los damnificados.

Nikandros Georgakis y Eugeneia Dimakopoulos fueron sólo dos más de ese variopinto montón de inesperados visitantes internacionales que llegaron al Perú en el último trimestre de 2007. Así pues, no podría decirse que mis padres hayan hecho nada de especial para resaltarlos de aquella bendita y asistencial masa humanitaria. Me corrijo: su auxilio sí que fue muy especial para aquellos a quienes ayudaron, así como lo fue el del resto de voluntarios, pero el único reconocimiento que recibieron todos ellos -siempre me dijeron que eso era más que suficiente- fue el de las sonrisas de los amigos que hicieron en Pisco y a quienes ayudaron a limpiar de las ruinas de su propia casa, el terreno donde ésta se había levantado antes. Ese es, después de todo, el espíritu del voluntariado. Empero, si son parte de este relato, es sólo porque gracias a ellos yo estoy aquí para contárselos ahora...

Aunque, ahora que lo pienso bien, sí hay algo que habría de diferenciar a mis padres de la gran mayoría de voluntarios que vinieron al Perú a levantar escombros y a construir albergues para los damnificados aquel 2007: los futuros esposos Georgakis no volverían a dejar este país.

sábado, 16 de agosto de 2008

Raíces*
1ra entrega

Nikandros Georgakis y Eugeneia Dimakopoulos llegaron al Perú el viernes 28 de setiembre de 2007. Ambos habrían de convertirse en mis padres dos años después, pero en esa época aún no compartían el apellido que yo llevo ahora, a pesar de que ambos ya guardaban secretamente el deseo de hacerlo algún día (lo cual incluía vagamente el proyecto de mi persona).

Fueron recibidos por Lima con su habitual cielo color panza de burro de tarde de invierno, tras 56 horas de viaje (contando el tiempo de espera entre escalas) desde su natal Atenas, inevitablemente cansados y con una leve pero aún así molesta disritmia circadiana.

Desde hacía poco más de una semana, Pedro Villalta, el contacto que su ONG había establecido para que fungiera como su anfitrión y guía durante su permanencia en Lima, había quedado en recogerlos del aeropuerto Jorge Chávez. Pedro, por supuesto, fulguraba por su ausencia cuando mis papás dejaron la sala de desembarque. No obstante, ambos pensaron que la situación podía servirles para practicar el escaso Castellano que habían podido aprehender tras poco más de un mes de clases intensivas bajo la tutela de Mayra Duarte, su compañera mexicana de intercambio en la Universidad de Atenas, amiga e improvisada profesora de idiomas.

Luego de diez minutos de incursionar en prácticamente todos las tiendas y restoranes del aeropuerto, se dieron cuenta de lo inútil (a pesar de lo divertido) que había sido insistirle a Mayra en que su enseñanza se centrara en jergas que, ahora lo sabían, no se podían usar efectivamente en esta parte de Latinoamérica: aquí no había charros, pero sí choros, y ser "pendejo" era casi casi un halago.

Después de cuarenta minutos de espera, la ansiedad de mis padres por encontrar a su guía tenía ya ligeros matices de desesperación y corría el peligro de teñirse de ella por completo. Sin embargo, justo en el preciso momento en que estaba a punto de despertarse la vena histérica de Eugeneia, a paso ligero, agitado, ligeramente sudado, y sosteniendo en su mano un papel cuadriculado mal arrancado de su cuaderno de la universidad y que llevaba escritos dos apellidos forjados en la cuna de la Civilización Occidental, Pedro hizo su gran aparición.

«Disculpen por la demora» les dijo a mis padres en un masticado Inglés, mientras ellos le devolvían una sonrisa y pasaban desde ese momento a ser sus protegidos. «El tráfico es terrible», intentó explicarles mientras caminaban hacia la avenida Faucett. Sin embargo, ni Nikandros Georgakis ni Eugeneia Dimakopoulos le prestaron entonces atención a esa oración que tantas veces habrían de usar durante los siguientes años.


* Esta es una historia que podría ser, no se trata de mi autobiografía. Téngase esto en cuenta para las próximas entregas.

domingo, 3 de agosto de 2008

Hasta la próxima vez...

Nuestro "Gordito" ha partido. Su lucha diaria y sus ganas de vivir fueron siempre vehementes. Es el héroe de nuestro barrio, mostrándonos que a los problemas sólo hay una forma de enfrentarlos: valientemente y mirándolos cara a cara. En su batalla, Augusto ofreció su fuerza toda y la quemó hasta el último cartucho. Y, ahora, ya no está con nosotros, es cierto. No triunfó del todo, pero al final ganó: nuestro respeto, nuestro cariño, nuestra admiración. Porque ganar es también, y sobre todo en realidad, un asunto de actitud. Augusto fue un ganador siempre, lo gritaba al mundo a través de sus actos, día a día.

Los héroes son así, tan fugaces como eternos. Brillan intensamente, y luego parecen apagarse. Sin embargo, el recuerdo del paso de su luz por nuestras vidas nos inspira a ser mejores y eso los hace permanecer más allá de lo que cualquiera de nosotros podrá hacerlo jamás.

Pero Augusto también fue nuestro amigo, y los amigos, los de verdad, son para siempre. Él nos unió como nadie, haciendo que nuestras diferencias se convirtieran en puentes y nuestras semejanzas, en pasos para atravesarlos. Él fue el que nos "re-unió", en el sentido más profundo de la palabra, volvió a juntarnos luego de que la vida, como pasa muchas veces, nos hiciera tomar rumbos y rutinas que nos alejaban mutuamente en nuestro día a día, a pesar de permanecer físicamente tan cerca como vivir a unas cuantas casas de distancia los unos de los otros.

Felizmente y para nuestro bien, Augusto nos recordó que estar cerca es en realidad estar presente. En sus últimos tres años luchó intensamente por su vida, y a pesar de eso siempre supo darse un tiempo para cada uno de nosotros y para todos juntos, como sus amigos, su manchita, haciéndonos pasar tiempos y momentos hermosos que sin él habrían sido imposibles. Pero, sobre todo, nos demostró que él era y seguirá siendo nuestro amigo y que estuvo y estará ahí para y por nosotros, siempre.

Ese es, en el fondo, el meollo del asunto. Augusto fue y será siempre NUESTRO, de todos los que estamos aquí para despedirlo, pero, sobre todo, para recordarlo. Ese es su legado, pues nos dejó lo que siempre quiso entregarnos: la esencia de su maravillosa persona a todos los que tuvimos el privilegio de conocerlo. Su partida nos despierta una profunda tristeza, es inevitable y sería extraño que así no fuera, habiendo sido nuestro "Gordito" como fue en vida. Pero su recuerdo, y eso también es natural, aviva en nuestros corazones una profunda alegría por haberlo conocido.

Augusto ya no será sólo nuestro héroe, porque ahora es también nuestro ángel. Nuestro amigo lo fue, lo es y lo será para siempre.